Hace poco, cuando circuló por redes sociales el
hashtag #YoTambién, quedó demostrado que el acoso es una práctica violenta más
que generalizada, popularizada, silenciada y que, entre otras cosas, no diferencia
formas de vida, ni modos de transporte, ni lugares en el mundo[1]. Así
es, no importa si vamos a pie, o en bicicleta, o en bus; no importa si estamos en
la calle, en un restaurante, en la universidad, incluso, en nuestro lugar de
trabajo o nuestra propia casa, la realidad es que, por ser mujeres, estamos
expuestas a diferentes tipos de violencias. Y es que, amigos ciclistas,
¿cuántas veces una mujer les ha agarrado una nalga por el hecho de ser hombres?
¿Cuántas veces una mujer se acercó, perdón el pleonasmo, MUY CERCA DEMASIADO
CERCA, mientras pedaleaban y morbosearon su pecho sudado, su trasero? ¿Cuántas
veces una mujer desconocida le restregó alguna parte de su cuerpo para obtener
satisfacción sexual, en contra de su voluntad? ¿A cuántos de uds una mujer les
mostró la vagina mientras caminaban por la calle? Seguro habrá uno que otro
caso, porque no somos santas, ni lo pretendemos. Pero, responder esas preguntas
deja en evidencia de lo que estoy hablando.
Foto: #MujeresBiciblesSalta
Llevo varios años encontrándome con mujeres
ciclistas urbanas, escuchándolas y conversando sobre las distintas formas como
hemos sido violentadas en la calle: acoso callejero, violencia verbal,
violencias simbólicas, sexismos, transfobias y hasta violaciones. Desde miradas
obscenas, gestos grotescos, intimidación, hostigamientos e invasión de nuestro
espacio íntimo y privado (nuestro cuerpo), con una palmada, un agarrón, un
apretón, un toque, acceso carnal y demás agresiones que si las cuento todas, no
termino nunca de escribir este documento.
Foto: Encuentro con grupo mujeres y hombres ciclistas en Valencia (España, 2017)
De esas historias sí que sabemos las mujeres. Cientos
y miles de anécdotas, sí, MILES, de acosos en la calle, que no han sido
cuantificadas, incluso, penalizadas, porque en algunos de nuestros países[2], en sus
leyes, hay un vacío en la política pública para reprender legalmente a un
agresor, a un acosador. Además de esto, es muy difícil dejar evidencia de lo
que nos pasa, excepto el testimonio, la palabra. Generalmente, en el momento de
la agresión, quedamos en estado de shock, y no alcanzamos a tomar una foto,
grabar un video, anotar la placa del carro, etc., o mínimamente responder y
exigir respeto. Y, lastimosamente, en esta sociedad patriarcal, para agravar el
asunto, nadie nos cree.
Mis amigas, #LasBicibles de Salta, dicen que las
mujeres vivimos una doble realidad en la calle: primero, siendo ciclistas o
peatonas, vulnerables a la violencia vial y segundo, siendo mujeres en un
contexto feminicida, de violencia, de acoso, de desigualdad y de opresión. Si
le preguntamos a alguna mujer ciclista urbana o a alguna peatona sobre sus
experiencias al movilizarse, es casi seguro que ha vivido un episodio de violencia,
de agresión o de acoso, al menos una vez en su vida. Y, sí, lo que pasa es que
las mujeres tenemos distintas necesidades de seguridad y de protección y la
comprensión de esto conlleva a percibir en algunos espacios públicos y entornos
para la movilidad ciertas características sociales y físicas que nos animan o
nos alertan sobre habitarlas.
Por supuesto, de las consecuencias más preocupantes
de esta situación, además del miedo[3], es que
después de ser acosadas o ser víctimas de una agresión, se genera una barrera
enorme para continuar siendo ciclistas urbanas, para caminar por ciertos
lugares, para usar el transporte público. Se puede dar un cambio en los modos
de transporte o en patrones de viaje, para evitar experimentar, de nuevo,
agresiones y violencias, perturbando prácticas cotidianas que no tienen que
verse afectadas “por el hecho de ser mujeres”.
Es decir que todo tipo de violencia de género en el
espacio público (vías y calles), afecta la forma como las mujeres participamos
en los viajes cotidianos y nos vulnera un derecho básico a la ciudad: la
capacidad de movernos sin preocupaciones desde el punto de origen hasta el punto
de destino, sin preocuparnos de que sea una "opción incorrecta" porque
el modo de transporte, la configuración del tránsito y los tiempo de viaje
tengan consecuencias para nuestra seguridad. Decisiones que nos llevan hasta a
evitar por completo entornos y actividades de tránsito particulares. En el caso
del ciclismo urbano, es posible que la mujer violentada tome la decisión de no
volver a utilizar la bicicleta. Y, esa consecuencia, a quienes promovemos el
derecho a la ciudad, a la movilidad y animamos a mas mujeres a usar la
bicicleta para movilizarse, es un punto en contra en nuestra lucha, muy difícil
de superar.
Imagen tomada de @femilustrada
Y, ¿qué opciones hay? Un trabajo personal,
individual, de revisión y deconstrucción de prácticas patriarcales y machistas.
Amigos ciclistas, hablen con sus compañeras ciclistas, con mujeres que caminan,
pregunten y entérense de esta realidad en las calles y en las vías, que es
sistemática, estructural y cotidiana. Revisen qué tipo de información comparten
en grupos de chats, cuál es su comportamiento en la calle. Revelar esas
realidades, sus realidades, y transformarlas, también es parte de la lucha
feminista. Y es también con ustedes que construimos los feminismos.
Además, sin duda, un paso adelante sería que desde
las mismas instituciones de tránsito, las oficinas de género, las alcaldías,
asuman la obligatoriedad de implementar medidas de seguridad y protección, con
perspectiva de género, que vayan más allá, por ejemplo, de centrar su foco de
atención solamente en una forma de transporte, sino contemplar todas las
maneras como nos movilizamos y todas las identidades sexo genéricas.
Un buen inicio es invertir en investigación social:
capturar datos para evidenciar las carencias y reconocer las necesidades y
diferencias de seguridad y protección de las mujeres, cis y trans, de los niños
y las niñas, de ancianas y ancianos, teniendo en cuenta, además, otros factores
como la edad, las preferencias sexuales, los ingresos, las ocupaciones u
oficios, el lugar de vivendia, los estratos sociales, porque son factores que
también inciden en la vulnerabilidad y la propensión al acoso. Sin duda, es
también un acierto incorporar en estas investigaciones y procesos de
planificación, las voces y las experiencias de las mujeres porque el propósito debe
ser promover y desarrollar iniciativas que apunten a viajes seguros y cómodos.
Otra alternativa, es la implementación de una línea
de atención de denuncias por acoso callejero. En la medida en que se
visibilicen más y más casos de violencias de género en las vías y en las
calles, y se sensibilise sobre este problema que nos afecta a todas las mujers,
se puede empezar a transformar la política pública y lograr que este tipo de
agresiones de violencia de género sean tipificadas como delito.
Estas perspectivas feministas del espacio público
van a incidir directamente en la transformación de nuestros entornos, en
espacios seguros, eficientes, cómodos, no solo para las mujeres, sino para la
ciudadanía en pleno. Un poco, mucho, de feminismos en nuestra vida nos viene
bien a todas y todos.
Campaña para el #WorldFoodProgramme de las Naciones Unidas y la campaña #PMANoMásViolencia
SOY
FEMINISTA EN ESPACIOS CICLISTAS, CUANDO…
·
Cuento mis
experiencias de ciclismo, incluyendo las denuncias por acoso sexual, acoso
callejero y sexismos y, en estos casos, cuando no soy yo la víctima, me sumo
como soy aliada/aliado en contra de la violencia de género.
·
Sumo a otras
mujeres cis y trans al uso de la bicicleta y así crecer la cultura ciclista
desde lo femenino.
·
Cuando hago
red ciclista, promuevo los mismos propósitos y comparto las habilidades, los
conocimientos y las herramientas para experiencias ciclistas satisfactorias.
·
Involucro a
las mujeres en proyectos creativos, liderazgos femeninos y permito que ellas
tengan la misma participación que los hombres.
·
Como hombre,
no asumo la opinión y la voz de las mujeres como propia.
·
Si participo
en un panel ciclista donde solo participan hombres, presento una queja.
Incluso, rechazo la participación dando a conocer la desigualdad.
·
Cuando veas a
otro hombre interrumpiendo la opinión de una mujer, hazle saber que es ella
quien tiene la palabra.
·
No toques a
mujeres que no conoces, ni opines sobre su cuerpo.
·
No compartas
fotografías de mujeres en bicicleta donde es evidente la cosificación
sexualidad del cuerpo de las mujeres.
Imagen tomada de @femilustrada
[1] Escribir en cualquier buscador #YoTambién
#MeToo y leer un poco de esa verdad que las mujeres hemos silenciado por miedo
al estigma social.
[2] En Lima, por ejemplo, tienen una
ordenanza contra el acoso callejero, acompañada del programa “Paremos el acoso
callejero” de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En Venezuela no hay
ningún proyecto de ley, ni ley, al respecto. En Ecuador, el acoso está
tipificado como delito en el código penal, que puede condenar a cárcel al
agresor y, con una sanción mayor, si se comete en espacios públicos o contra
niños y niñas. En Chile, el proyecto de ley contra el acoso callejero fue
presentado en 2015 y, a la fecha, no ha sido aprobado. En Buenos Aires, es ley.
En México, no es considerado delito, aunque se han defendido algunos casos. En
Paraguay, tampoco está tipificado. Gracias a mis amigas del grupo de whatsapp
de mujeres en bicicleta de América Latina por las referencias.
[3] El miedo es un instrumento de
control de una sociedad patriarcal, y las mujeres nos sentimos inseguras en
muchos espacios públicos, incluyendo los espacios para la movilidad y el
transporte.
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