Confieso que para poder ordenar las ideas de lo que
he venido pensando en este último año y no-sonar-tan-díscola, tuve que acudir a
la RAE y buscar cinco palabras: transitar, movilizar, mover, movimiento y
tránsito. Tres verbos, dos sustantivos. Diferenciarlos, como conceptos, puede
resultar un ejercicio de largo aliento, pero mejor doy ejemplos: transité por
Sudamérica, una causa me moviliza, algunas nos movemos en bici, vivimos en
movimiento o, como en los últimos versos de un poema de Idea Vilariño, acá
estoy, “asumiendo mi vida / mi tránsito / mi tiempo”.
Foto: Cruce en ferry del Río Paraguay. Asunción. El Sur Bici-ble, 2016
Desde lo práctico, esos cinco momentos, por llamarlos
de alguna manera, responden a un ejercicio de plenitud “vitalicia”. También a
un llamado de la voluntad. A una fuerza. Una constante. El tránsito es innato,
como también lo es el lenguaje. Pues bien, sé que no he dicho mayor cosa, pero
quiero que quede claro que lo que es, lo que somos, está en tránsito.
Esto lo menciono porque hay una idea de tránsito
que viene configurando una visión de mundo que antes de viajar en bici, permanecía
oculta. Hace mas un año asistí a uno de los fenómenos de migración más bonitos
que había conocido en la vida: la llegada de las ballenas, a las aguas del
Pacífico colombiano. Y ese gesto del tránsito de la vida, fue el principio de
mi viaje en bicicleta.
Foto tomada por Steven Bolaños: Formas de libertad. Salar de Uyuni. El Sur Bici-ble, 2016.
En Salta, Argentina, sexto país al cual llegué en
bicicleta desde las rutas de #ElSurBicible visité el Museo de Arqueología de
Alta Montaña, y experimenté otra forma de tránsito increíble: el reencuentro
con los caminos de nuestros ancestros, en especial, el viaje al mas allá de
tres niños, quienes fueron encontrados en el punto más alto del volcán
Llullaillaco, en condiciones naturales de conservación las cuales, 500 años
después de su enterramiento, nos permiten ser testigos de sus fisionomías. El
niño, la niña de rayo y la doncella, como son reconocidos, aún conservan intactos
sus órganos, su piel, la forma de su rostro, los dientes, el cabello, la ropa y
los accesorios con los cuales fueron enterrados. Absolutamente impactante.
Entonces, el tránsito es propio de cada ser humano.
Algunos optamos por romper lo cotidiano y salir. Otros, por esperar a fin de
año para moverse a otro lugar, de vacaciones. Algunas tribus migran. Otros
grupos deciden cambiar de lugar de vivienda. Incluso, los hay quienes son
desplazados. Pero, el tránsito es una constante, como la palabra, y es también
una virtud heredada de aquel primer hombre que decidió salir a caminar.
¿CÓMO
TERMINAR UN VIAJE EN BICICLETA?
He visto tantos finales de viajes en bicicleta como
cicloviajeros. Todos, todas, en algún momento, hemos tenido que darle punto
final a una primera etapa o quizás al viaje definitivo. Cuando damos el primer
pedalazo, sabemos que es una experiencia de largo aliento, que la ruta no está
definida, pero que hay un estimado de países, de lugares, que no hay una línea
de tiempo que determine parar o seguir o, por el contrario, avanzar a sabiendas
que hay un punto marcado en el calendario.
Foto: Edición Otoño 2016, Ciclosfera. Portada: Salar de Uyuni, El Sur Bici-ble, 2016.
Además, son varias las opciones: regresar subidos
en la bici, volver en avión, quizás en bus si nos aguantamos las largas
jornadas, o en carro, o, por qué no, en un barco o en un velero, porque las
opciones, así como los destinos, también son muchos. Y, a la hora de la verdad,
cada regreso solo es el principio de una nueva aventura.
Durante mi viaje, de ocho meses, por ocho países, y
algo más de 7 mil kilómetros, encontré con varios cicloturistas, todos en
movimiento, pero jamás con alguien que ya hubiese terminado su tránsito. Solo en
Tucumán, Argentina, conocí a Santiago Aragón. Él viajó durante cuatro años, de
1989 a 1993, de Argentina a Alaska, ida en bici , dos años y, de regreso, en
una vans. Con poco presupuesto, cero redes sociales o warmshowers, en una bici
rígida bastante pesada para una travesía como esta y unas alforjas que él mismo
hizo, pero lo hizo. Y regresó a su tierra.
Foto: Con Santiago Aragón. Tucumán. El Sur Bici-ble, 2016.
En ese momento de #ElSurBicible, presintiendo que
después de romper la zona de confort, y de vislumbrar un cercano regreso, le
pregunté a Santi cómo fue el final de su viaje. Claro, no fue fácil. Él, al
volver, se fue a vivir a una finca, duró unos meses sembrando, trabajando la
tierra. Luego, la escritura de su libro “Pedaleando América” y luego su vida ya
no fue igual.
También está la historia de Andrés Campaña, viajero
ecuatoriano a quien recibí en mi casa, en su ruta de regreso a Conocoto, en
diciembre de 2016 y, luego, en 2017, encontré de nuevo, pero en su casa y esta
vez era yo quien estaba en tránsito. A Andrés le robaron todo, su bici y equipo
de viaje en Pamplona, pero no las ganas de terminar. Y, después de recibir una nueva bici y algo
de dinero y equipo para sobrevivir, llegó a su casa tal cual se fue: pedaleando.
Y, hoy, está alistando de nuevo su bici y su equipo para la aventura.
Otra amiga, Beatriz Silva, chilena y cicloviajera,
la recibí en mi casa también el año pasado, para luego encontrarla, ya en mi
viaje, en Villa de Leiva, mientras ella se recuperaba de una enfermedad y yo
seguía mi ruta de viaje. Compartimos un pequeño trayecto y, poco después, Bea
volvió a su tierra natal, en avión.
Y bueno, yo también regresé en avión, en tres
escalas que fueron eternas porque, desde la ventana, solo miraba el territorio
que había pedaleado, y es una perspectiva extraña, porque en unas horas de
vuelo recogí todo lo que pasó subida en mi bicicleta, lo lejos que estaba de mi
casa y la incertidumbre de volver, sin tener claro a qué. Sólo sabía que una
urgencia familiar hizo que le diera pausa a esta maravillosa experiencia de
tránsito. Y ahí iba.
Foto tomada por John Delgado. Aeropuerto Palonegro, Lebrija. El Sur Bici-ble, 2016
Con Bea, coincidimos que lo más difícil de todo
viaje en bicicleta no es llevar el peso, no es saber cómo voy a mantener mi
economía, ni qué voy a comer, ni dónde voy a dormir. Eso, de acuerdo con la
experiencia, se soluciona siempre de las maneras más sencillas y
extraordinarias. Lo más difícil de viajar en bicicleta es volver, porque quien
vuelve es un ser humano con un aprendizaje enorme sobre la liviandad de la
vida, sobre la importancia del silencio para poder observar, ver y verse. Un
ser que desaprendió y volvió a aprender a “ser” en el movimiento, en el
tránsito. Un viaje en bicicleta enseña sobre lo elemental del mundo: sin tanta
carga, sin tanto complique, sin tanto esquema, sin tanto orden programado, sin
tanta tara, sin tanto apego. Quien viaja en bici, se despoja. Quien viaja en
bici, encuentra la verdadera abundancia y quien vuelve, y se encuentra con lo
cotidiano de la vida, el peso de las cosas, la violencia que hay en las
ciudades, se quiebra, y necesita también un tránsito para su regreso.
Foto: Beatriz Silva. Dos cicloviajeras. Camino a Ráquira. El Sur Bici-ble, 2016
Entonces, nos toca ir llegando de a poco. Buscar un
lugar tranquilo y de serenidad, para que con el cuerpo, también vaya llegando
el alma, la mente, los recuerdos. Sentarse a escribir o retomar las notas de
viaje, repasar fotografías, conversar con los amigos de ruta o quienes fueron
quedando en cada pueblo, en cada ciudad, en cada país… Llegué hace dos meses y
no estoy en Bucaramanga. Estoy en Barichara, un pueblito que me ha permitido regresar
e ir sorteando lo que viene. Yo renuncié
a una vida, a una cotidianidad, vendí todo, renuncié a todo y dejé todo. Ahora,
tengo la oportunidad de reconstruir una vida con un aprendizaje valioso y
enorme, que solo puedo tener gracias a Arielita, mi bici, y a la increíble
experiencia de conocer una parte del mundo, subida en una bicicleta.
Foto: La abundancia. Cataratas de Iguazú. El Sur Bici-ble, 2016.
Gracias por seguirme, ya veremos qué nuevo nos trae
las rutas…
Foto: Barichara sin Arielita. 2016
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