Personal blog where I share reflections, reviews, and articles on mobility, gender, active transportation, and feminisms. These posts draw from my PhD research and professional work in urban mobility. I explore how transport and urban planning affect people differently and how we can move toward more inclusive, caring cities. Thanks for reading! @andreamarianm
En una silenciosa y rústica –aunque muy conocida- iglesia del vecindario hay una vidriera que supuestamente representa un ángel en bicicleta. Sin duda representa un joven desnudo sobre una rueda; pero la rueda y la santidad (supongo) del joven están lo bastante elaboradas para explicar esa descripción. Tiene un florido perfil renacentista, y forma parte del periodo pagano que introdujo todo tipo de objetos en la ornamentación: personalmente me resulta más fácil creen en la bicicleta que en el ángel. Se dice que ahora el hombre imita a los ángeles; será en los aeroplanos, porque no se me ocurre ninguna otra cosa. Así que tal vez el ángel de la bicicleta (si se trata de un ángel y de una bicicleta) se vengue imitando al hombre. En tal caso, ha demostrado ese elevado intelecto que se atribuye a los ángeles en los libros medievales, aunque no siempre (tal vez) en las imágenes medievales.
Y es que las ruedas son la marca del hombre como las alas lo son del ángel. La rueda es tan antigua como la humanidad, y sin embargo es exclusiva del hombre, en el sentido de que es prehistórica, pero no prehumana.
Un distinguido psicólogo, que conoce bien la fisiología, me ha asegurado que hay partes del cuerpo que sin duda son palancas, y otras que probablemente sean poleas, pero que, después de palparse con suma atención, no ha encontrado ninguna rueda. La rueda, como forma de movimiento, es un invento puramente humano. En el antiguo escudo de armas de Adán (que, como la mayor parte de su atuendo, aún no ha sido descubierto), el emblema heráldico era una rueda… passant. Ya digo que, como forma de progreso, es única. Muchos filósofos modernos, como el amigo que he citado antes, están dispuestos a encontrar vínculos entre el hombre y los animales, y a demostrar que el hombre ha sido en todo el esclavo ciego de la madre tierra. Otros, a diferencia de los anteriores, incluso están dispuestos a mostrarlos; sobre todo si sirven para desacreditar a la religión. Pero hasta los científicos más entusiastas han reconocido en mi presencia que les sorprendería ver una vaca con cuatro ruedas. Las fantásticas familias de la tierra corren a nuestro encuentro y se arremolinan en torno a nosotros con alas, aletas, garras, cascos, telarañas y pezuñas, aletean, susurran, galopan, trotan y pisotean, pero nada de ruedas.
Creo recordar vagamente, si es que recuerdo algo, que en algunas de esas oscuras y proféticas páginas de las Escrituras que parecen de nuboso púrpura y oro crepuscular hay un pasaje en el que el augur sueña violentamente con ruedas. Tal vez fuese la declaración simbólica espiritual del hombre. Hagan lo que hagan los pájaros en el cielo o los peces debajo de su nave, el hombre es quien está al timón, el único que puede estarlo. Puede intentar que los pájaros sean sus amigos; puede convertir a los peces en sus dioses, si así lo quiere. Pero no creerá en un pájaro en lo alto de un mástil, y es uy improbable que tolere siquiera un pez en el timón. Es, como dice Swinburne, timones y capitán: es literalmente, el Hombre a la rueda del Timón.
La rueda es un animal que siempre está cabeza abajo, sólo que “se mueve tan deprisa que ningún filósofo ha descubierto dónde tiene la cabeza”. O, si se puede formular la frase de manera más exacta, es un animal que siempre está patas arriba y que avanza de acuerdo con ese principio. Algunos peces, creo, se ponen patas arriba (suponiendo, en pro del argumento, que tuviesen patas); tengo un perro que casi lo consigue, y una vez yo mismo lo hice cuando era muy pequeño. Fue un accidente, y como diría el señor De Morgan, el delicioso novelista, no podría volver a ocurrir. Desde entonces nadie me ha acusado de estar patas arriba, como no sea mentalmente, y creo que incluso eso tiene algo de bueno, sobre todo tal como lo ejemplifica el símbolo giratorio. Una rueda es una paradoja sublime: una parte de ella va siempre hacia delante y la otra va siempre hacia atrás. Y en eso se parece mucho a la condición humana y a cualquier estado político. Cualquier alma cuerda mira al mismo tiempo hacia atrás y hacia delante, e incluso retrocede para avanzar.
Para quienes estén interesados en la rebeldía (como me ocurre a mí), diré sólo humildemente que no puede haber una revolución sin revueltas. La rueda, al ser tan lógica, se refiere tanto a lo que hay detrás como a lo que hay delante. Tiene (igual que debería tenerlo cualquier sociedad) una parte que salta continuamente hacia el cielo y una parte que inclina la cabeza hacia el polvo. ¿Por qué iba la gente a desdeñar así a los que estamos cabeza abajo? Inclinar la cabeza hacia el polvo está muy bien y es el humilde principio de toda felicidad. Después de inclinar la cabeza hacia el polvo un instante llega la felicidad; y luego dejamos la cabeza en esa humilde y reverente posición y alzamos los pies. He ahí el verdadero origen de estar cabeza abajo; y la defensa definitiva de la paradoja. La rueda se humilla para exaltarse, solo que lo hace un poco más deprisa que yo.
Foto: Rueda de Arielita. Salar de los Lipez. Bolivia. El Sur Bici-ble, 2016.
En mi corta estadía en Cusco, a los cuatro o cinco
meses de El Sur Bici-ble, fui invitada a participar en una tertulia virtual,
organizada por Ximena Ocampo y Francisco Paillie, amigos y también creadores de
El Caminante, un hermoso y “quijotesco” proyecto editorial que vio la luz en
México y que, además de destacar oportunamente sobre movilidad alternativa,
también promueve la reflexión sobre temas de ciudad. Vale la “cuña” porque los
libros que hasta ahora han publicado: La vuelta al mundo en 80 bicicletas, La
revolución peatonal y 30 días de peatón, además de la pulcritud desde lo
editorial y la estética del libro como objeto, son material indispensable para
quienes aprendemos empíricamente (y los más formales) aspectos relacionados con
nuestra defensa de la bici, del peatón y de ciudades mas igualitarias y amables.
La tertulia #LeerLaCiudad (revisar enlaces al final), en esta oportunidad, nos
convocó a Laura Bustos Endoqui (mexicana) y a mi (colombiana en tránsito), ambas
ciclistas urbanas, en torno a la lectura del libro “Damas en bicicleta. Cómo vestir y normas de comportamiento”, una
guía para mujeres ciclistas, escrita en 1897 por la también ciclista británica
E. J. Erskine, traducido al español porJosé C. Valdes y publicado, en 2014, por la editorial Impedimenta. Este
libro, ante todo, sorprende por la vigencia que tiene las recomendaciones y
consejos que da la señorita Erskine para las futuras ciclistas, aquellas
mujeres que están decididas a ir por ahí, en una bicicleta, y también, por qué
no, a emprender acciones políticas subidas en una bicicleta.
Video: #LeerlaCiudad presenta: Q&A con Mujeres Bici-bles
Recordemos que para 1897, la lucha sufragista
llevaba muy poco en celebrar algunas de sus conquistas y que, la bicicleta, al
evolucionar también en su tecnología, se convirtió en una herramienta de emancipación
para las mujeres desde mediados del siglo XIX. Precisamente, en la Nota de los
Editores, inician con la famosa frase de Susan B. Anthony: “El uso de la
bicicleta ha hecho mas por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa
en el mundo”. Y así fue que, en plena época victoriana, la práctica del
ciclismo se fue masificando en población femenina, a pesar de los prejuicios
sociales de la moral en turno, y perfiló en las mujeres un nuevo fenómeno
social que denominarían la “Nueva mujer”: mujeres que pusieron en tela de juicio
los roles de género, defendieron una nueva feminidad y, en una bici, iban en la
conquista de la igualdad de condiciones con relación a los hombres.
“Damas en bicicleta. Cómo vestir y normas de comportamiento", se divide en diez capítulos:
1. Ciclismo, aspectos sociales y deportivos; 2. Indumentaria ciclista para el
campo y la ciudad; 3. La máquina; 4. El modo correcto de andar en bicicleta; 5.
Pedaleando en la ciudad; 6.Pedaleando en Inglaterra y en el extranjero; 7.
Ascendiendo montaña en la bicicleta; 8. Gymkhanas
ciclistas; 9. Mantenimiento de la bici y, 10.Otros consejos de carácter general. Diez capítulos que abordan
diferentes experiencias de ciclismo: urbano, recreativo, deportivo y
cicloturismo, desde la óptica de una mujer también ciclista, sin olvidar las condiciones
de su contexto. Incluso, encuentro en esta publicación, unas primeras
apreciaciones llamémoslas, “feministas” sobre el uso de la bici y aspectos
relacionados con el acoso callejero (la autora no lo reconoce con estas
palabras, pero ya se esboza este tipo de violencia sexual). A continuación,
haré un par de alusiones sobre cada capítulo.
Portada del libro "Damas en bicicleta. Cómo vestir y normas de comportamiento".
En Ciclismo,
aspectos sociales y deportivos, la autora presenta su negativa a la
participación de las mujeres en competencias de ciclismo, por la posible afectación
a la salud, puesto “que la mujer que compitiera solo conseguiría perjudicarse o
incluso hacerse daño físicamente” (pág. 16). Esto, hoy, parcialmente superado,
porque aún hay algunos tabúes, como la menstruación. Sin embargo, en el libro,
la Erskine defiende su uso desde el ejercicio moderado, por tratarse de un
placer y una diversión. Además, tanto en espacios rurales, como urbanos, la
bicicleta permite que mujeres y hombres, se movilicen a unas cuantas millas, señalando
que no se trata de un pasatiempo pasajero, sino de “un artefacto que se
mantendrá sin duda entre nosotros muchos años, y no como una moda, sino como un
accesorio mecánico indispensable en cada hogar” (pág. 20). Destaca, entonces,
el carácter inclusivo de la bicicleta como un objeto social. Asimismo, celebra
que fue la reina Victoria quien dio prestigio a la bicicleta, al moverse en una
y, de esa manera “dio prestigio y carta de naturaleza al movimiento ciclista
británico” (pág. 21).
Indumentaria
ciclista para el campo y la ciudad,
profundiza en aspectos relacionados con las maneras de vestir de las mujeres. Dice
la autora que, ante todo, debe mantener un corte impecable: “para ir en bicicleta por el parque debemos contar con una fantástica falda
de singular corte y confección, ingeniosamente preparada para que cuelgue
vistosa y ampliamente a ambos lados del sillín; al parecer la moda (aunque no
el sentido común) decreta que debemos ir ataviadas con una blusa de seda o
algodón, rebosante de lacitos y aderezos, y con amplias mangas abombadas, que
es la indumentaria en régle y lo que mejor se ajusta a nuestros cuerpos”
(pág. 24). Y así, a lo largo de todo el capítulo, sugiere materiales, estilos,
formas, trajes, zapatos y accesorios para, lo que ella llama, el arte del
pedaleo, en el campo o en la ciudad. Lo curioso es que, a pesar de los cambios
de vestimenta en las mujeres, usando bloomers o pantalones bombachos y
liberándose de las exóticas faldas victorianas y posteriormente del corsé,
Erskine defiende su uso afirmando que “es verdad que no deben apretarse mucho
los cordones, pero lo cierto es que un par de corsés bien revestidos de lana
pueden proporcionar una beneficiosa sujeción; impedirán que la figura se
descomponga y de paso protegerán las partes vitales del frío” (pág. 26). Hoy,
cada mujer pedalea como mejor se sienta.
Fotografía Indumentaria mujeres en bicicleta en la época victoriana.
El tercer capítulo, La máquina,
coincido plenamente con la postura de la autora respecto a cuál es la mejor
opción de bicicleta: “no hay una que sea de definitivamente mejor que las
otras, sino que hay media docena o más que son igual de buenas”. Y es que esto
depende, plenamente, de la experiencia de ciclismo que cada mujer quiera
practicar. Entonces, menciona un listado de marcas de bicicletas y sus
características en cuanto a materiales, costos, partes y accesorios y peso, con
sugerencias sobre la importancia de conocer la mecánica de la bicicleta para su
mantenimiento y las correctas posturas corporales de las ciclistas, aspectos
que profundiza en capítulos posteriores. Actualmente, aunque también abundan
las marcas, no todas enfatizan en diseñar una línea exclusiva para mujeres. Acá
nuevamente se me sale una cuña, pero no en vano, porque baso la recomendación
desde mi exitosa experiencia con esta marca, y destaco los esfuerzos que hace
Specialized para satisfacer los gustos y las necesidades de las mujeres
ciclistas, desarrollando accesorios, bicicletas e indumentaria pensadas para
las mujeres.
Más adelante, en El modo correcto de
andar en bicicleta, teniendo claro qué bicicleta usar, ahora la autora
británica define en qué consiste andar bien en bicicleta: “En términos
generales se entiende que todo consiste en echarle un poco de esfuerzo a la
cosa y que el balanceo corporal, a fin de cuentas, sea más o menos armonioso.
La ciclista y su bicicleta han de moverse como si fueran un solo cuerpo;
deprisa o despacio, con vigor o suavemente; independientemente de cómo sea el
camino, la buena ciclista se desplaza, aparentemente sin esfuerzo, como un
halcón cruzando la cúpula celeste” (pág. 44). Consejos respecto a la altura del
sillín, el ajuste del manillar, cómo arrancar a pedalear, pedalear y subir y
descender las cuestas (sin fatigas ni agotamientos, incluso proponer empujar la
bicicleta, si es necesario). Aspecto que
no pierden vigencia, aunque haya avanzado aún mas la tecnología de la
bicicleta.
Fotografía mujeres ciclistas época victoriana.
En el capítulo 5, Pedaleando en la
ciudad, parece que Erskine, de alguna manera, hubiese sido una visionaria
del ciclismo urbano, porque sus posturas mantienen cierta actualidad, y, sin
usar esas palabras, destaca la percepción de inseguridad de las calles como un
factor en contra del uso urbano de la bicicleta en población femenina:
“Transitar en bicicleta por la ciudad de modo seguro, sobre todo por lugares
donde existe cierto tráfico, es una experiencia ciclista que solo deberían
intentar aquellas que no tienen otro modo de regresar a sus casas si no es
sobre las dos ruedas, o aquellas que son capaces de mantener la cabeza fría y
no perder los nervios con facilidad. En todo caso, aunque la dama ciclista esté
adornada con semejantes cualidades, es mejor evitar las atestadas calles de las
ciudades siempre que se pueda. Dejemos aparte la cuestión de si es agradable
para una dama tener que soportar las vulgares groserías que no pocas veces se
le dedican por parte de los viandantes: lo mejor es, desde cualquier punto de
vista que se mire, que las damas que se tengan por tales eviten el tráfico
cuando montan en bicicleta” (págs. 53 y 54), y también hace la primera alusión
al acoso callejo. ¿Les parece familiar?
Este capítulo contiene buenas recomendaciones para la movilidad en
bicicleta en la ciudad, destacando la concentración de la ciclista en la vía,
el control de la máquina y su velocidad, cómo cruzar en bicicleta, su negación
a las piruetas, la protección al peatón, y, lo mejor, su mirada sobre la
bicicleta como un vehículo para la movilidad: “debe tenerse muy en cuenta que,
a ojos de la autoridad, una bicicleta es un vehículo como cualquier otro: goza
de los mismos privilegios y está sometido a las mismas obligaciones que el resto
de las máquinas que se impulsan sobre ruedas. Mientras la dama ciclista
recuerde este sencillo principio, observe las normas básicas de circulación y
se comporte con la educación necesaria, no deberá tener mayores sustos” (pág.
55).
Ilustración de mujeres en bicicleta en la época victoriana.
Y, a continuación, un capítulo dedicado al cicloturismo: Pedaleando en Inglaterra y en el extranjero.
Si bien en el primer capítulo defiende el uso de la bicicleta por tratarse de
una práctica divertida, en esta ocasión asocia esta idea con una defensa a la
equidad de género: “es justo que las féminas tengan las mismas oportunidades
que los hombres de disfrutar de un poco de aire puro de vez en cuando. Y esto
es precisamente lo que convierte el turismo en bicicleta en una actividad tan
valorada por todo tipo de mujeres, y esta también es la razón —mucho más que
las modas o las tendencias— por la que el ciclismo ocupa hoy su actual posición
preponderante entre las damas” (pág. 64). ¿Quién, en nuestros días, no quiere
alejarse de la rutina de la vida e ir pedaleando a la montaña? Yo sí, y no
necesariamente se trata de hacer viajes largos, sino también dedicarse un par
de días a recorrer otras geografías. Así pues, en el mismo capítulo, la autora
da recomendaciones para experiencias placenteras de viaje en bicicleta en
relación al equipo de viaje, la vestimenta, el tipo de bicicleta, la
documentación necesaria para viajar al extranjero, la alimentación, la
hidratación, la escogencia de la ruta y el acompañamiento del viaje con
aspectos creativos: dibujar, tomar fotografías o pintar. Fue un capítulo que
disfruté al máximo, por tratarse de una práctica de ciclismo que en este
momento me corresponde, y vivo día a día.
En “Ascendiendo montañas en bicicleta”,
nos presenta los posibles casos de ascenso en bicicleta: los “falsos llanos”, ascensos
largos y de poca inclinación, que cuando son largos, a veces resultan
frustrantes; los caminos en V, que no son otra cosa que rutas de bajadas y
subidas pronunciadas, que también son muy divertidos y las cuestas que se
empinan gradualmente, que pueden ser agotadoras. “La «escalada», como se llama
técnicamente el arte de subir cuestas en bicicleta, requiere una combinación de
fuerza y habilidades particulares. Las buenas «escaladoras» saben que, con
mucho, resulta más importante utilizar bien la fuerza y los músculos del
tobillo que optar por doblar el espinazo hasta acabar adoptando la forma de una
luna menguante y, así encogida, empujar, resoplar y agobiarse hasta acabar
extenuada” (pág. 75). Recomienda la autora la lentitud a la hora de los ascensos,
pedalear en calma y con seguridad en cada pedalezo: “Este es el sistema
científico adecuado para escalar cuestas: con un ritmo uniforme y utilizando la
distribución del peso corporal para ayudar a los tobillos en su rotación” (pág.
77). Y estoy de acuerdo. Con un pedaleo firme y tranquilo, ayudadas por una
relación suave de la bicicleta, conquistamos cualquier montaña.
Foto tomada por Adrien Galparoli. Por la RN34. Argentina. El Sur Bici-ble, 2016.
El capítulo 8, Gymkhanas ciclistas,
amplía otra de las bondades de la bicicleta: los juegos en competencia. Las Gymkhanas son las competiciones entre
ciclistas para mostrar sus destrezas y habilidades: “una gymkhana ciclista
no es mala cosa para pasar alegremente una tarde de verano con los amigos.
Siempre anima un mercadillo, que de otro modo podría ser una auténtica lata;
además, estos divertidos concursos de habilidad y destreza son también un gran
incentivo como distracción en las exposiciones orales de provincias; y al fin y
al cabo, favorecen notablemente la práctica y las habilidades del ciclismo. El
lanzamiento de cartas y paquetes sin bajar de la bicicleta es un ejercicio de
lo más divertido, creedme. Pero existen otros juegos, como las fintas al pasar
entre un poste y otro, el regateo entre obstáculos de distintos tamaños
utilizando solo una mano y sabiendo que los segundos vuelan en el reloj del
cronometrador... los juegos son innumerables” (pág. 80). Hoy día son mas
frecuentes las participaciones de los ciclistas urbanos en Alleycat, Critérium
y carreras de obstáculos, en un contexto citadino. Por supuesto, Erskine
también da recomendaciones respecto a la bicicleta que funciona mejor para los gymkhanas.
El siguiente capítulo, Mantenimiento de la
bicicleta, aborda un aspecto muy importante en la autonomía del uso de la
bicicleta: que cada mujer ciclista pueda resolver los asuntos relacionados con
la mecánica de la bicicleta: “Siempre y cuando la
propietaria sea capaz de conocer hasta el último detalle técnico de su máquina
y de llevar a cabo sin ayuda de nadie las reparaciones habituales, será muy
poco lo que se gaste en su mantenimiento, una vez adquirida la propia
bicicleta, claro está. De ese modo, ella misma podrá ocuparse perfectamente del
cuidado de su máquina sin ayuda de nadie” (pág. 88). Sin duda, un gesto de
empoderamiento: “Es la independencia y la libertad lo que hace del ciclismo una
actividad tan deliciosa, y esto no puede apreciarse en toda su magnitud sin que
seamos totalmente autosuficientes” (pág. 95). Así es como Erskine, para
experiencias placenteras de ciclismo, da recomendaciones a sus lectoras sobre
la limpieza de la bicicleta, pinchazos, limpieza de la cadena, mantenimiento de
los rodamientos, rompimiento de radios, rompimiento del manillar, el equipo de
mecánica básica o bolsa de herramientas: “Nadie debería echarse a los caminos
sin un bombín, un buen equipo de reparación, un juego de llaves y una latita de
aceite. Los accidentes siempre ocurren cuando menos se lo espera uno y cuando
menos convienen…” (págs. 94 y 95). Y no se equivocaba, puesto que es relevante
que cada mujer ciclista sepa cómo mantener en buen estado su bicicleta y sepa
cómo resolver los asuntos problemáticos de su bicicleta que se le presenten
mientras pedalea.
Para terminar, el décimo capítulo, Otros
consejos de carácter general, la autora, una vez, hace un llamado a la
moderación en el uso de la bicicleta, en tranquilidad y ojalá combinado con
otras aficiones (pintar, dibujar, fotografiar). Además, reconoce que sus
aportes pueden fortalecer experiencias positivas de ciclismo: “Es infinitamente
más sencillo estar sentada e impartir conocimientos, que es lo que me dispongo
a hacer yo ahora: en todo caso, las advertencias son necesarias y hay que
darlas, y si se aceptan mis consejos, al menos en parte, y se tienen en cuenta
mis recomendaciones, por pesadas que parezcan, habrá muchas jóvenes que podrán
disfrutar de alegres excursiones ciclistas y que me lo agradecerán. Si una
señorita ciclista se sobrepasa una vez, ello significará que tardará meses e
incluso años en volver a coger la bicicleta. Y entonces habríamos fracasado”
(pág. 99). Destaca, nuevamente, la buena alimentación, el descanso y la
posibilidad de unirse a algún club de ciclismo. Al final, señala que aunque ir
compañía puede dar una idea de seguridad, ir solas “vestidas formalmente y sin
llamar la atención, y pedaleando tranquilamente sola a la luz del día” (pág.
104), también puede generar experiencias placenteras de ciclismo, destacando su
buena suerte y gozo en sus excursiones en bicicleta. Y, de eso también me he
visto beneficiada: cuando se viaja sola, en bicicleta, el mundo y el universo nos
dan su abundancia, y en cada parada, encontramos ángeles que nos reciben.
Foto tomada por Adrien Galparoli. 5.000 Kms en bicicleta con El Sur Bici-ble. Ledesma. El Sur Bici-ble, 2016.
Recuerden que este libro fue escrito en 1897. Y estamos en 2016. ¿No es
sorprendente su vigencia? Quiero finalizar copiando la última página de “Damas
en bicicleta”, solo por destacar la valentía en cada mujer que pedaleó y
pedalea, en un mundo pensando para el poder de los hombres, pero jamás pensó en
el poder de conquista que tiene una mujer sobre la bicicleta:
Este libro se empezó a
imprimir el día 20 de octubre de 2014, y ese mismo día pero más de un siglo
atrás, en el año 1895, el New York World describía la hazaña de Annie
«Londonderry» Cohen Kopchovsky como «el viaje más asombroso que una mujer
hubiera realizado jamás». Se refería a la primera mujer que se atrevía a
recorrer el mundo en bicicleta después de haber recibido la promesa de un
premio de 5000 dólares si conseguía llevar a buen término la aventura en un
plazo máximo de quince meses. Annie «Londonderry» puso así nombre femenino a lo
que fue una auténtica explosión del uso de la bicicleta en la década de 1890, y
que, en palabras de la feminista y líder del movimiento estadounidense de los
derechos civiles, Susan B. Anthony, logró que surgiera una nueva raza de
mujeres, la raza de «La Nueva Mujer». «Dejad que os diga lo que pienso de la
bicicleta», declararía una entusiasta Susan B. Anthony. «Creo que ha hecho más
por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo. Esa enorme
sensación de independencia y de confianza... Siempre que veo a una mujer pasar
a mi lado en bicicleta, me detengo y me quedo mirándola llena de regocijo. Es
la imagen de la libertad, de la mujer sin límites. » (pág. 109).
Para consultar todos los videos de #LeerLaCiudad: https://www.facebook.com/l.php?u=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fplaylist%3Flist%3DPLCk-XSnCrzdsVagtAk0BNOINdVUAcrRZv&h=YAQFxrYC7
30 de enero - 30 de julio. En el principio del viaje y durante varios meses, mi mente no dejaba de pensar y, sobretodo, criticar todas aquellas decisiones anteriores a los días que ahora invierto en conocer y pedalear, este movimiento interno-externo-adentro-afuera en el que se ha convertido mi nueva vida. Durante esos meses tuve y tengo intensas conversaciones con aquellos fantasmas. Solo mi mente y mi corazón saben de aquellas disputas con las mujeres que fui y soy y de cómo he lidiado con la polifonía de esos otros seres que pasaron por mi vida y también me habitaron. Es el pasado o mejor decirlo en el tiempo verbal que merece: fue el pasado y, aunque sigo siendo Andrea María, voy cortando los hilos que me conectaron a otras, a otros, mientras pedaleo.
Viajar en bici es el presente y es, ante todo, el ejercicio diario y constante de dejar atrás. Primero me deshice del conjunto de objetos que acumulaba en eso que fue mi nido de emancipación. Luego, renunciar a la posibilidad de uno o dos contratos extendidos a 4 o 6 meses y a una falsa idea de seguridad impuesta. Dejé una práctica social y laboral que me hacía visible-odiada-apreciada-tomada/en/cuenta-ignorada. Y, ya de viaje, también renuncié a una idea de amor romántico que me llevó durante meses a pensar en el olor de su barba. Uds lo saben, porque insistí en ello. Él también lo sabe, aunque ese olor se convierta, poco a poco, en espacio vacío. Fui dejando. Voy cortando. Decirlo aquí-y-ahora también es una forma de renuncia, mientras pedaleo.
Próxima a cumplir 34 años, sin intención de sopesar las ventajas e inconvenientes de mi edad, hace menos de nada, comencé a sentir lo que es vivir por y para el momento: experimento nuevas sensaciones que no recuerdo si alguna vez viví; me dejo sorprender por las cuestiones simples y "elementales" de la vida y, desde luego, siento una vez más el placer de estar viva. Despierto cada día con el proyecto de encontrar-encontrarme. Una vida en constante descubrimiento. Estoy viva. Vivo en la austeridad y en la abundancia universal. La bici es mi casa. Cada persona, mi familia. La familia que, por decisión y convicción, construyo, mientras pedaleo.
He sido feliz, más feliz de lo que he sido en toda mi vida. Y, aunque se lee exagerado y novelesco, he sido feliz. Lo escribo desde la intensa percepción de la libertad personal. Dejé para seguir esa conquista. No sé hasta dónde y hasta cuándo, este proyecto de viaje llamado El Sur Bici-ble me ofrezca tal certeza, pero lo que sí es seguro es que durante estos 6 meses, el suelo bajo las llantas de Arielita, lleva la huella de quien soy, mientras pedaleo... El Sur Bici-ble
Foto de Adrien Galparoli. Ruta Nacional 34. Norte de Argentina. El Sur Bici-ble, 2016.